El impacto del consumo de fructosa en nuestra salud

Todos sabemos que la fructosa es el azúcar de las frutas, sin embargo, también la podemos encontrar de forma natural en la miel, la panela, los siropes de agave, arce, e incluso en mayor o menor cantidad en verduras u hortalizas como la auyama o calabaza, las cebollas, el ajo, la berenjena, el calabacín, la zanahoria, el pimiento rojo y amarillo. También la encontramos de forma natural formando la sucralosa un disacárido compuesto en un 50% por fructosa y 50% por glucosa; esté tipo de azúcar compone muchos alimentos como el maíz, las arvejas, los pepinillos, la remolacha y las zanahorias. De hecho, muchas de las frutas del mercado aparte de tener fructosa también contienen glucosa y sucralosa como es el caso del banano o plátano, las brevas o higos, el albaricoque, la ciruela, la feijoa, la mandarina, el mango, la manzana, el melocotón entre muchas otras más.

De forma sintética, la fructosa está presente en el azúcar de mesa o azúcar blanco, el azúcar moreno, los jarabes de maíz, todos los edulcorantes y endulzantes, la maltodextrina, los polialcoholes (como el eritritol, xilitol y maltitol) etc; todos estos están prácticamente en todos los productos envasados, ultra procesados, néctares, bebidas 0 calorías, diet, light, non sugars added (sin azúcares añadidos), chicles, postres light entre muchos otros.

El problema de salud que genera la fructosa viene derivado de su consumo excesivo; en el siglo XXI hemos tenido un incremento de más de un 500% comparado con su consumo en la década de los años 30. En aquel momento, una persona en promedio podía consumir entre 16 y 20 gramos de fructosa al día procedente de las frutas y las verduras, mientras que en la actualidad una persona en promedio consume entre 75–80 gramos al día en forma de productos envasados y ultra procesados.

Para entender cómo impacta la fructosa en nuestra salud, debemos conocer cómo es su vía metabólica. En la figura 1 podemos observar toda la ruta que toma la fructosa una vez entra a nuestro cuerpo.

Cada vez que se ingresa una alimentación poco balanceada o bien en horas de la noche; los alimentos ricos en azúcares procedentes de las frutas, las harinas y los alimentos ultraprocesados, van a estimular la liberación de la insulina. Si no se controla la alimentación esta va a permanecer alta de forma sostenida, lo que se conoce como hiperinsulinemia y da lugar a una mayor sensibilidad de nuestro cuerpo hacia estos grupos de alimentos, lo que se traduce en incremento brusco de peso.

Es importante tener en cuenta que existen momentos o condiciones fisiológicas que desencadenan una subida brusca de la insulina (hiperinsulinemia) tales como el estrés emocional, los procesos inflamatorios en respuesta a una enfermedad repentina o una infección oculta. Por lo tanto, la hiperinsulinemia se considera una respuesta a un estímulo que está produciendo desequilibrios hormonales en nuestro organismo y que puede ser reversible (6).

A través de nuestra alimentación, la fructosa se absorbe en el intestino delgado, de ahí pasa nuestra sangre o circulación portal hacía el hígado y allí es transformada en intermediarios metabólicos como el acetil CoA y el ácido úrico. El acetil CoA será usado para formar glucosa (azúcar) mediante un proceso llamado gluconeogénesis y ácidos grasos (grasas) lipogénesis. El ácido úrico, los azúcares y las grasas que se han formado en el hígado serán enviados a nuestra sangre donde seguirán distintos caminos. Las grasas (colesterol y triglicéridos serán enviados al tejido adiposo o grasa localizada y visceral para su almacenamiento, mientras que, los azúcares irán a nuestros órganos para ser usados como energía, pero el ácido úrico bloquea su entrada y como consecuencia quedarán circulando en grandes cantidades en la sangre lo que estimula la liberación de insulina por parte del páncreas. Y aquí se crea un círculo vicioso dado que la acción de la insulina, es abrir los canales para que entre el azúcar o glucosa a los distintos órganos pero al estar bloqueados por el ácido úrico, dará lugar a lo que se conoce como resistencia a la insulina. A través de este mecanismo es que podemos observar que los pacientes presentan aumento de los triglicéridos, elevación de la glucemia (azúcar en sangre), incremento del ácido úrico, resistencia a la insulina, aumento de la grasa localizada y/o visceral e hígado graso no alcohólico etc.

Según Hao Cheng et al., 2022 y Muriel et al., 2021, el exceso de fructosa en nuestra alimentación también altera la composición de la microbiota y la integridad de la barrera intestinal. El cambio en nuestra flora bacteriana rompe las uniones que existen entre las células del intestino delgado, dando paso al ingreso de toxinas y alérgenos dando paso a lo que se conoce como intestino permeable (para que lo entendamos, el intestino funciona como un colador que filtra, si se rompe dará paso a la entrada de sustancias nocivas para nuestra salud). Estudios recientes, concluyen que parte de las alergias, intolerancias y enfermedades se generan cuando se altera la barrera de nuestro intestino; cuadros clínicos que se resuelven o mejoran al restablecer la barrera del intestino.

Además de los efectos negativos que tiene la fructosa en exceso sobre nuestra salud; también juega un rol en la relación del hambre emocional y la ansiedad. El consumo en grandes cantidades de fructosa derivado de los edulcorantes, aditivos y alimentos ultra procesados, provoca un aumento del hambre y del deseo de comer, ya que la fructosa disminuye la leptina (hormona que produce la saciedad), aumenta los niveles de grelina en sangre (hormona que se libera cuando nos da hambre), derivando en un peor control del hambre y la saciedad, induciendo a las alteraciones conductuales observadas en la adicción, como la ansiedad por comer.

En resumen, la inflamación crónica derivada del alto consumo de fructosa a través de nuestra alimentación está relacionada con el desarrollo de múltiples enfermedades (Figura 2), entre ellas, el aumento de grasa localizada y/o visceral (sobrepeso/obesidad), la enfermedad cardiovascular, el síndrome metabólico, la resistencia a la insulina, la diabetes, el hígado graso no alcohólico, inflamación, distintos tipos de cáncer, colon irritable, intolerancias y alergias, enfermedades a las que se enfrenta nuestra sociedad.

Todo esto nos lleva a la conclusión que es necesario bajar el consumo de fructosa diario para equilibrar el balance de nuestro cuerpo, restablecer la permeabilidad intestinal y mejorar el entorno metabólico. Por ello es importante:

  • Usar las frutas enteras 2 veces al día (inmediatamente después del desayuno y del almuerzo)
  • Evitar usar las frutas entre comidas, en ayunas y en la noche
  • Suspender los jugos naturales, néctares, jugos de caja, gaseosas, refrescos envasados de todo tipo.
  • Aprender a usar las bebidas sin ningún tipo de endulzante, edulcorante y/o sustituto.
  • Revisar y leer los ingredientes de los alimentos (aunque sean orgánicos) y escoger aquellos con una menor cantidad de ingredientes.
  • Escoger los alimentos por su calidad más no por la cantidad de calorías que contienen.

La solución no está en suspender de forma abrupta todo aquello que contenga fructosa, sino empezar a elegir mejor lo que le ingresamos a nuestro cuerpo, priorizando siempre el consumo de verduras, frutas y proteínas con moderación y equilibrio.

Referencias Bibliográficas

  • Andres-Hernando, A., Orlicky, D. J., Kuwabara, M., Ishimoto, T., Nakagawa, T., Johnson, R. J., & Lanaspa, M. A. (2020). Deletion of fructokinase in the liver or in the intestine reveals differential effects on sugar-induced metabolic dysfunction. Cell Metabolism, 32(1), 117–127.e3. https://doi.org/10.1016/j.cmet.2020.05.012
  • Blüher, M. (2019). Obesity: Global epidemiology and pathogenesis. Nature Reviews Endocrinology, 15(5), 288–298. https://doi.org/10.1038/s41574-019-0176-8
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  • Carvallo, P., Carvallo, E., Barbosa-da-Silva, S., Mandarim-de-Lacerda, C. A., Hernández, A., & del-Sol, M. (2019). Efectos Metabólicos del Consumo Excesivo de Fructosa Añadida. International Journal of Morphology, 37(3), 1058–1066. https://doi.org/10.4067/s0717-95022019000301058
  • Cheng, H., Zhou, J., Sun, Y., Zhan, Q., & Zhang, D. (2022). High fructose diet: A risk factor for immune system dysregulation. Human Immunology, 83(6), 538–546. https://doi.org/10.1016/j.humimm.2022.03.007
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  • Muriel, P., López-Sánchez, P., & Ramos-Tovar, E. (2021). Fructose and the liver. International Journal of Molecular Sciences, 22(13), 6969. https://doi.org/10.3390/ijms22136969
  • Taskinen, Packard, & Borén. (2019). Dietary fructose and the metabolic syndrome. Nutrients, 11(9), 1987. https://doi.org/10.3390/nu11091987

Autor: Catherine Del Pilar Villoria Rojas

Directora Médico, Natural Body Center. Médico Investigador Universidad Complutense de Madrid.

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